miércoles, 11 de enero de 2012

El Segundo Ay


Muy posiblemente historias como ésta, podrían ser, en un futuro, titulares de la CNN y la BBC.

-Así que... ¿En realidad crees que ese par de tipejos estaban en lo cierto?- le replicó Arjen Van Bruening mientras los miraba burlona y condescendientemente, como quien mira a un cachorrito confundido y prosiguió -¿Tú? ¿El agnóstico? ¿El leal teniente de la O.U.M.?-

-Hey, no me mires como si estuviera loco porque no lo estoy- le respondió Goran Andersson con un dejo de sonrisa nerviosa mientras le daba una bocanada a su cigarro Además, ¿De dónde sacaban ese fuego que salía de ellos? ¡Eso no es normal!- Miró la boquilla de su cigarro consumirse y luego a los cadáveres de los dos hombres a tres metros de donde estaban y remató en voz baja casi como para él mismo - Ni siquiera en estos tiempos donde todo parece estar de cabeza-

- Oye, viejo, no me asustes- y ésta vez la expresión del rostro de Arjen cambió; colocó una mano sobre el hombro de Goran y siguió -Eres la persona más cuerda que he conocido desde que me transfirieron a éste país. No quiero imaginarte rumbo a una guillotina simplemente porque te dejaste impresionar por un par de tipos, que además de fanáticos religiosos, estaban locos de remate...-

- Define “locura” - le interrumpió Goran Andersson señalando con su brazo extendido hacia las barricadas que contenían a una multitud que celebraba enajenada la muerte súbita de los dos predicadores hacía ya tres días -¿Cuándo la humanidad se convirtió en esto?-

De pronto la charla se vio abruptamente cortada cuando un ebrio que apartándose de la gran celebración, cruzó la calle y se acercó al cerco de seguridad para ofrecerles un trago de una botella semivacía.

Los dos oficiales le rechazaron con un movimiento de cabeza y le indicaron que regresara con la multitud que no paraba de festejar.

El hombre tambaleándose con la botella en la mano, miró los cuerpos sin vida de los dos "predicadores locos" como el mundo les llamó desde que aparecieron predicando en el Muro de los Lamentos, musitó un insulto en alemán, luego brindó por ellos y por último, los escupió.

Al verlo varios de entre la muchedumbre, dieron gritos de victoria y muchos otros, empezaron a vociferar toda suerte de insultos contra los cuerpos destrozados de aquellos dos predicadores.
Al tiempo que otros tantos cantaban consignas de triunfo como si se tratase de la celebración de Año Nuevo.

Tres días y medio llevaba la ciudad de Jerusalén y el mundo entero de fiesta, desde que personal de la O.U.M había podido por fin, tras innumerables intentos fallidos, asesinar a los dos predicadores del Muro de los Lamentos. Un par de personajes excéntricos que resultaron de quién sabe dónde, predicando de Jesús, trayendo zozobra, ruina y hastío desde hacía 1260 días, demostrando osadía al proferir palabras de condenación contra el que era considerado ahora, el Comandante del Mundo.

Tres días y medio de una orgía de odio y desprecio, que en otro tiempo hubiese sido vergonzoso para la raza humana, sin embargo, ahora todo era posible.

Las cámaras de televisión trasmitieron en vivo y repetían la grabación al mundo, desde el asesinato hasta la celebración.
Las imágenes rodaban una y otra vez mostrando los cuerpos deformes por las balas y posterior sevicia de una multitud que estaba harta de sus predicaciones y "trucos", como solían referirse a las constantes señales sobrenaturales que estos dos hombres hacían.

-Qué locura- dijo el teniente Goran Andersson con los ojos fijos en los restos que permanecían en un charco de sangre seca y un líquido de agua sanguinolenta y verdosa que salía de ellos.
Aspiró su cigarro sin apartar la mirada de los cadáveres y dijo:
- Esto no debería estar pasando. ¿Qué clase de mundo es éste? Llevan tres días muertos y no los han sepultado. Nunca atacaron a alguien, sólo actuaban en defensa propia- luego se volvió a su compañero y agregó con un poco de desesperación en su voz: - Van Bruening, tu dirigiste el ataque con francotiradores hace dos meses cuando ordenaron matarles… ¡Ni un sólo rasguño!-

-Si. Los altos mandos dijeron que fallamos, que éramos unos inútiles, casi me ejecutan por eso. Pero todos en la sección sabíamos que a esa distancia era imposible fallar-
Entonces Arjen Van Bruening se adelantó unos pasos y señalando a uno de los cuerpos dijo: - Yo mismo le puse una bala de 5.56 en la cabeza a éste infeliz, y no le pasó nada. ¡Absolutamente nada! -
Luego Arjen se pasó la mano por la frente, se calmó un poco y agregó:

- Oye, Andersson, tómalo con calma- Tomó el brazo de su amigo y prosiguió -Es enserio lo que te digo, podrían sospechar traición-

- ¡Dime que no has dudado! Dime que no has considerado la posibilidad de que todo lo que éstos dos hombres decían era cierto- le dijo Goran Andersson con urgencia a la vez que bajaba un poco al tono de su voz y continuó susurrando con fuerza en la voz:
- ¡Dime que no te ha vuelto la cabeza al revés ver como éstos predicadores locos lanzaban llamas de fuego de sus bocas contra todos esos desgraciados que intentaron matarles! ¡Dime que no dudaste al ver que no llueve sobre ésta maldita ciudad de porquería desde que éste par de sujetos aparecieron!
Dime que no viste el agua convertirse en sangre por la palabra de éstos dos tipos. ¡Dímelo!- Goran Andersson tomó aire mientras sentía que la cabeza le hervía y siguió -Dime que el mundo no se ha vuelto loco desde las desapariciones de millones de personas hace cuatro años y medio- Arjen evadió por un momento la mirada inquisitiva de su amigo, quién añadió con tono lastimero -Estoy a punto de enloquecer, no sé... No sé nada… pero quiero entender -

Arjen Van Bruening lo miró sin articular ni una sola palabra. La respuesta simplemente era retórica.

El fuerte sol canicular del medio día, hacía que el hedor de los cuerpos fuera más intenso; los buitres que constantemente eran espantados anhelaban darse un festín y el planeta se preparaba para escuchar el discurso de victoria del Comandante en Jefe, el rey del mundo.

Los escoltas, los medios de comunicación, la música y la pompa; todo estaba listo para la entrada triunfal del supuesto emperador que se disponía a tomar crédito por haber resuelto el "asunto de los predicadores".

Entonces los cielos se abrieron como cuando un pedazo de lienzo es rasgado, y un halo de luz brillante, muy blanca y muy densa, se derramó sobre los restos sin vida de aquellos dos hombres de Dios.
La música paró por primera vez en tres días y la multitud guardó silencio.
Y ante los ojos del mundo entero, la sangre seca en los cadáveres de los predicadores locos, se hizo otra vez líquida y comenzó a recogerse sobre sí misma como si fuese absorbida por los cuerpos.

El sonido de los huesos rotos que encajaban nuevamente en su lugar, era chocante y erizaba la piel.
Las cámaras de televisión enfocaron el instante en que la fractura abierta de la clavícula de uno de los predicadores, volvía a su lugar y la carne era cerrada lentamente.
Los pedazos de masa encefálica y de cráneo roto regresaban a su cabeza;
y la pierna del otro, que había sido amputada del resto de su cuerpo, era puesta en su sitio ante los ojos incrédulos del planeta.

Unos lloraban de miedo, otros vomitaban y otros simplemente se defecaron en sus ropas. Muchos salieron corriendo y otros tantos gemían y aullaban tirados en el suelo sin poder apartar su mirada de los dos hombres de Dios, que después de tres días y medio de muertos, abrieron sus ojos y se fueron levantando lentamente.

En ése mismo instante una voz potente y grave se dejó oír desde el cielo por todo el planeta. Cada hombre sobre la faz de la tierra la escuchó al mismo tiempo en su propio idioma, tan clara y diáfana como si fuera susurrada en sus propios oídos:

- "¡Subid acá!" -

E inmediatamente los predicadores fueron elevados hacia el cielo por una nube. Y el mundo no los vio más.

Goran Andersson cayó de rodillas, alzó sus manos y gritó:
-¡Dios perdóname! ¡Ahora creo Jesús!-

Y se desató un terremoto.
La ciudad fue sacudida como se sacude un árbol por el viento. La tierra se abrió y rugía como un tren a toda máquina. Los edificios se venían abajo aplastando a multitud de gentes. Otros tantos murieron hoyados por sus propios amigos que huían de la ira.
Al final, una densa nube de polvo cubría el lugar, ocultando parcialmente a los sobrevivientes que de entre los escombros pedían auxilio a gritos.
La tercera parte de la ciudad murió.

Y por primera vez en 1260 días, sobre la ciudad de Jerusalén, llovió.


Debajo de lo que alguna vez se conoció como el Muro de los Lamentos, yacían sin vida los oficiales de la O.U.M. Goran Andersson y Arjen Van Bruening; uno sueco, el otro holandés; compañeros de milicia y amigos por las circunstancias; el uno creyó y el otro tan solo fue otra víctima de lo que a muchos los aniquila como una bestia que duerme despierta, y los devora sin ser detenida: la indiferencia.

“Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran. Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra. Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron. Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron. En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo. El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto”.

Apocalipsis 11:3-14

Por:
MAURICIO SERNA

Comandante en Jefe de las Puertas de Ciudad Real
Ciudad Real, 11 de enero de 2012

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